5 septiembre, 2013

S.O.S. VIOLENCIA

Por Josefina Leroux

sos-violenciaParece que por cotidiana, la violencia puede normalizarse como parte de la experiencia conyugal, nada más lejos de la salud mental y familiar. Al contrario, la conciencia de maltrato puede prevenir hechos fatales que las parejas y las familias sufren frecuentemente.

Las medidas precautorias ante el conocimiento de la violencia debieran considerarse obligadas.
En países de primer mundo donde la ley se aplica generalmente, la mención de ideas suicidas u homicidas en clínica es suficiente para hospitalizar al paciente o notificar a la policía, según el caso.
En México, se presta quizás atención (y no siempre) a la persona depresiva que comparte sus ganas de desaparecer o sus intenciones de quitarse la vida, pero la violencia conyugal suele considerarse responsabilidad de la pareja.
Las parejas que acuden a terapia por violencia suelen tener mal pronóstico, lo que significa que a menos que haya sido un episodio aislado, el maltrato consistente y progresivo llevará a debilitar los vínculos afectivos y la mayoría de las veces conducirá a una separación en el mejor de los casos; en otros peores
la violencia se agrava, rebasa a las parejas, exponiéndolas a daño físico graves o irreparable.
De ahí la importancia de anticiparse a los capítulos de extrema violencia que puedan poner en riesgo la vida de la pareja y otros miembros de la familia.

Tipos de ayuda

En nuestro país, las parejas en conflictos piden ayuda en primer lugar al ministro religioso, después a los consejeros matrimoniales y por último, a los terapeutas, según mi experiencia.
En el caso de los ministros religiosos que pretenden salvar a toda costa la institución matrimonial, cometen el error de pedirles a los cónyuges que sufren la violencia, que no se vuelvan a agredir y que se acerquen a Dios.
Lo mismo sucede con los consejeros matrimoniales que en gran parte en nuestro medio se han formado en organismos religiosos donde no existe realmente un entrenamiento formal, sino en indoctrinamiento sobre lo que las Iglesias esperan de los cónyuges para que lo promuevan en la comunidad. Consejería que sabemos que sólo ayuda a los que tienen una fe ciega.
Desgraciadamente también en esa línea actúan los consejeros que sólo son por vocación apostólica (sin ningún entrenamiento y tan sólo basados en lo que dice la palabra de Dios sobre la familia), de manera que sus recursos son totalmente inocentes para tratar la violencia conyugal, y al contrario de minimizarla, pueden colocar en riesgo a la mujer o los hijos.

La violencia significa un S.O.S.

La violencia en la relación de pareja requiere en lugar de consejos, una estrategia para prevenir una tragedia, ya que significa un encontronazo de personalidades con desórdenes, trastornos o conflictos no resueltos, que se activan en un marco de referencia ideológico donde las relaciones de poder legitiman la reacción de furia contra el débil, contra el que “falla”. Existe una máxima en clínica que dice: las patologías se atraen y se complementan…
Las víctimas de la violencia retro alimentan el círculo vicioso al permitirla o al provocarla consciente o sin darse cuenta a los ojos del agresor.
La culpabilidad o el miedo son los sentimientos que atrapan a la pareja y perpetúan la violencia ya que impiden que se tomen decisiones razonables y convenientes para dar fin a la relación violenta.
Paradójicamente, el perdón repetido y la ingenuidad de poder volver a amarse después del reincidente maltrato físico o emocional pueden eternizar los episodios de amor odio.
Cuando se consume la esperanza y empieza a necesitarse la paz desesperadamente, puede ser demasiado tarde. Vislumbrar la vida sin el agresor puede darle la oportunidad que necesita para deshacerse de la víctima que ya no puede controlar y que lo amenaza con irse. Si no es con él, mejor con nadie.

Las parejas que tienen una larga historia de violencia tienen doble riesgo. Por un lado, el agresor puede sentirse cada vez más enojado al no lograr controlar como desearía a su compañera. Desde su perspectiva la violencia queda justificada porque su víctima no cumple sus mandatos o expectativas que según él corresponderían al deber ser. Pero también la tolerancia de su compañera para perdonar una y otra vez los abusos, pueden colaborar a que piense que necesite mayor castigo para que la próxima haga caso. Es el caso de la mujer que sale de su casa para visitar a su familia a escondidas del esposo que se opone. Cuando la sorprende, le grita, la insulta, la intimida y le pega, aunque luego le pide perdón. Como vuelve a hacerlo, el marido reacciona cada vez con más enojo hasta que le da tal golpiza que la manda al hospital. Según datos del DIF San pedro, las mujeres que han acudido por ayuda a causa de la violencia necesitan 7 golpizas en promedio, antes de optar por la separación.
Por el otro lado, la víctima tiene un límite que puede rebasarse inesperadamente y entonces, la violencia se invierte exponencialmente contra el usual agresor. Así la mujer que permitió durante años ser golpeada y humillada, un día estalla y mata a la pareja.

La de pareja es la más difícil de todas las terapias, más aún si la violencia está de por medio, de manera que se requiere experiencia para poder ayudar realmente.
En tales casos, la continuidad del matrimonio pasa a segundo término para dar prioridad a la seguridad de las personas. No podemos seguir eludiendo en este siglo que la violencia es una enfermedad grave de las relaciones de pareja que requiere frecuentemente de la separación. Más vale varones y mujeres separadas o divorciadas que golpeadas o muertas.
Finalmente, familia significa lazos afectivos entre consanguíneos, que pueden darse bajo el mismo o diferente techo.