FAMILIAS A RATOS
No se ven durante el año pero hay ciertas fiestas que los miembros de las familias no pasar por alto. La Navidad es una de las principales.
Si hubo enfermedades, crisis económicas, problemas emocionales, ni se enteraron, pero a las bodas, los funerales y las navidades, deben reunirse como si nada hubiera pasado. Las fiestas son la ocasión para saberse pertenecientes a una familia y sentirse reconocidos y presuntamente queridos.
Si por los abrazos y besos que se intercambian o por las preguntas en esas raras ocasiones, pudiera medirse el cariño, se diría que es mucho y mutuo el sentimiento. Sin embargo, se acaba la fiesta y no vuelven a saber unos de otros hasta el próximo evento.
Cómo han crecido los niños; los años no pasan por ti; qué bien conservado estas; cómo va el negocio, y aquella dolencia… Preguntas y comentarios de rutina que se repiten cada vez que se encuentran los parientes de ocasión. Son familiares consanguíneos ajenos, distantes, carentes de relaciones profundas, íntimas o compromisos afectivos. Son sí, personas con apellido en común que les da cierta identidad y diferenciación con el resto de la gente. Sólo eso.
Familias a ratos, de las que se reúnen a recabar información y tener tema de conversación y sobremesa para criticarse mutuamente lo que resta del año que no se ven.
Con esos parientes, mejor buenos amigos.
Finalmente, lo que necesitamos son vínculos fuertes, afectos de quien vengan. La fuerza de la sangre a veces sólo alcanza para afectos obligados, superficiales, que aparentan pero su indiferencia lacera. Quitan más que dar.
__Saluda a la tía Sofía, te conoce desde bebé…
Si, pero el pequeño la ha visto tres veces en su vida para escuchar siempre de ella la misma frase: __Cómo se parece al abuelo. Para colmo, al hombre más necio que puedan imaginar. Pobre niño, resulta comprensible que no sea agradable que le recuerden tal parecido.
No se escoge a la familia, ni modo. Cuál es el sentido de forzar a los miembros a mantener relaciones artificiales de por vida con quienes son verdaderos desconocidos. Podrán saber sus nombres, los rasgos de sus historias, alguna anécdota que suplanta su personalidad, pero no conocen la verdad en sus corazones, la profundidad de sus almas que es lo que verdaderamente vincula a las personas.
La familia es mucho más que lazos de sangre, que apellidos comunes. Es el afecto mutuo y el compromiso de procurarse el bien. Es el ejercicio de escuchar, apoyar y amarse incondicionalmente lo que la diferencia del resto de la gente.
En México el 70 por ciento de los negocios son familiares. Podría pensarse que es una ventaja, pero frecuentemente es todo lo contrario. Los hijos trabajan toda su juventud para sus padres sin recibir un sueldo para invertir los papeles años más tarde. Entonces, los padres viejos dependen hasta la muerte de sus descendientes.
Familia no equivale a codependencia ya que impide irse a las nuevas generaciones, y su función es la contraria, la promoción del desarrollo y autonomía de sus jóvenes.
Cuánta seguridad y confianza tendría la gente si sus familiares les ayudaran a cumplir sus sueños, si apoyasen sus planes, si en vez de criticarles reunieran sus fuerzas para impulsar proyectos y conseguir metas.
Se ha confundido el sentido de la familia. No es su objetivo estar juntos para acompañarse en eventos extraordinarios de celebración de vida o muerte.
Haber nacido en el seno de una familia, tener genes semejantes es solo una casualidad cósmica que podría aprovecharse para hacer sinergias de ayuda mutua. Valga la identificación con ancestros comunes para procurar encuentros espontáneos y sinceros que nutran el alma y motiven repetirlos.
Aceptarse y amarse no es tan difícil si asume cada uno su vulnerabilidad.
La gente anda buscando la felicidad fuera y no es capaz de disfrutar los seres que tiene cerca. No necesita encontrar un modelo de ser humano para poder amar, compartir, reír y llorar a veces, para existir y ser plenamente.
Ser familia es convivir de cerca, sentir con otros, interesarse, escucharse, ponerse en su lugar, tratar de entender y comprender. En una palabra, ser en familia es humanizarse.
Sólo que para aspirar a ello, alguien necesita romper los patrones seculares del sentimiento de miedo de unos a otros.