ENTRE MUJERES…
Dicen las malas lenguas que si de mujeres se trata, no puede haber amistad ni algo bueno posible entre ellas. El contenido de esta frase, pudo tener sentido en algún tiempo cuando ellas se miraban como rivales, cuando cada una vivía en un mundo distinto que era su territorio.
En la historia antigua y moderna de las familias mexicanas, las niñas han jugado un papel muy difícil en sus hogares, siempre al lado de la madre ayudando en las labores adultas. Los niños en cambio tienen permiso de desentenderse de deberes y salir a jugar. Esta diferencia marca su destino. Más tarde en la vida, los varones trabajan pero gozan de la vida mientras que las mujeres sufren su exceso de responsabilidad.
El mundo privado de las mujeres no requería de la existencia de amiga, se sospechaba de los extraños. Con la familia era suficiente, sobraban hermanas y tías para conversar y compartir toda clase de vivencias, aunque las más íntimas fueran privadas siempre. La vida de las mujeres sucedía dentro de la casa y en torno de una familia posesiva.
El exceso de familia excluía en forma espontánea el cultivo de amistades profundas.
Pero la vida evoluciona y exige transformaciones.
Conforme se ha reducido el número de hijos, aumenta la necesidad de relaciones fuera del hogar. Hoy día los matrimonios tienen de dos a tres hijos en promedio en México. Esto no mejora la calidad de vida de las familias. Las persistentes crisis económicas provocan que la madre salga a trabajar y las casas permanezcan vacías gran parte del tiempo. Se ha hablado mucho de las desventajas al respecto, pero los cambios también permiten nuevas formas buenas de convivencia.
En lugar de hermanas, las niñas tienen amigas para jugar desde pequeñas. Pueden ser las vecinas o las compañeras de clase con quienes descubren los misterios de la vida. Existe el tiempo para ser cómplices en travesuras y aventuras y les vincula para siempre. La confianza crece un día tras otro ente amigas. El teléfono es la vía favorita después que llegan a casa, el testigo de las confidencias y las risas. La lealtad resulta de la profunda identificación.
La separación de la madre es decisiva. Ver el mundo a través de los ojos adultos impide verlo con los propios. Las madres, son celosas de las amigas de sus hijas. “ Nadie”, dicen, las querrá más que ellas. “Te tiene envidia” suelen decir a su heredera de conflictos. Lo que hace desconfiar de cada cual.
Tal vez las madres no necesiten estar tan cerca o más bien, las hijas requieran de espacios para aprender por sí mismas, tener relaciones propias además de la materna.
Sin otorgarla conscientemente es esa emancipación, algo que sucede en la última generación del siglo veinte. Las familias pequeñas, las madres que trabajan fuera de casa otorgan libertad y oportunidad a las hijas de coincidir con más niñas y adolescentes fuera de sus familias. Y con ello la grandiosa oportunidad de hacer amigas y encontrar en ellas un espejo para verse.
El de la madre siempre es un reflejo muy exigente donde mirarse. En el afán de corrección, la crítica no falta y la autoestima se desmorona. Las amigas dan credibilidad a toda la fantasía que va esbozando la primera imagen de la mujer en la que desea convertirse una niña. La ingenuidad compartida da vuelo y gusto a un futuro inventado que cimienta los primeros intentos.
Personajes y experiencias a lo largo de una niñez acompañada por camaradas son más ricos. Sin el cuidado sobre protector de la madre, las niñas se vuelven exploradoras de su pequeño mundo.
Crecer sin la compañía materna de tiempo completo permite a la nueva generación de mujeres más cielo para imaginar, más planeta para jugar y ojos en quienes mirarse. A falta de hermanas aparecen las amigas por primera vez en la historia de las mujeres. Amigas que escuchan e intercambian experiencias sin regaños ni sermones.
Las historias se cruzan desde entonces y ellas pueden darse cuenta que sienten y desean en común. El aislamiento se termina cuando empiezan a compartirse los secretos. El inconsciente se transforma poco a poco en un consciente colectivo que da forma a un pensamiento coherente que va dando testimonio del mundo. El discurso femenino se gesta de esa conversación en plural entre iguales.
Las niñas ya no son ahora los clones de sus madres ni personajes salidos de sus sueños pendientes. Las hijas hoy tienen personalidad propia. Puede ser fallida al principio pero muy pronto sumará una colectividad pensante y protagonista de las hazañas del futuro.