EL MIEDO: “UN HERALDO DE MUERTE”
“¡Te vas a arrepentir de haber nacido!, esas palabras retumban en mi memoria persiguiéndome constantemente, era como si volviera a decírmelas una y mil veces; cuando las escuchaba me hacían sentir como un ratón asustado, pensaba que podía aplastarme, matarme, no se que se imaginaba, probablemente era ese no sé que me aterraba; podía tratarse de cualquier cosa y en cualquier momento, el miedo surgía ante lo impredecible, me torturaba impidiéndome pensar, trabajar, descansar, o dormir”.
Pocas emociones tan amenazadoras como el miedo.
El miedo es un gigante negro -escribió Mira y López-, un heraldo de la muerte.
Pocas emociones tan amenazadoras como el miedo, pocas tan desgastantes y devastadoras. El miedo es una respuesta emocional que va desde el temor hasta el pánico y el terror.
Es tan fuerte la experiencia que internamente inhibe, bloquea, paraliza las funciones del organismo; cuando se vive uno palidece, se produce una contracción del sistema de circulación de la sangre tal que si se punzaran las extremidades en esos momentos, probablemente ni siquiera sangraría. La persona asustada enmudece, siente que le falta el aire, y el ritmo del corazón se le intensifica con palpitaciones que parecen salir del pecho.
Cuando alguien advierte algo que lo amenaza, surge dentro de su ser un desencadenamiento de respuestas involuntarias que se han llamado miedo y que se caracterizan por un bloqueo, una parálisis que deja suspendidas las reacciones. Cuando alguien se enoja, el coraje le impulsa a la acción; cuando siente miedo se inmoviliza.
En los animales, el miedo es un recurso de supervivencia, ante la presencia del peligro, el sistema nervioso provoca una respuesta general de inmovilización, un simulacro de muerte, que le permite salvarse. Lo hemos visto en documentales, el venadito, al percibir ciertos ruidos se queda petrificado.
En seres de mayor desarrollo, el miedo se aprende y después puede anticiparse a situaciones semejantes de peligro como una forma de prevención o evitación.
Al principio se siente miedo al león, luego a todo lo que huela a león.
Si un niño esta acariciando un gatito y cae un trueno, el niño se asustara y comenzara a tenerle miedo a los truenos, a los gatos y probablemente a todo lo peludo.
Cada susto produce cien miedos.
Cuando ocurrió el terremoto de 1985 en la ciudad de México, se provocaron un sinfín de reacciones semejantes. El movimiento telúrico en sí, causo terror en millones de personas, pasado el día y durante meses, la gente implemento una serie de estrategias para darse cuente inmediatamente en caso de un nuevo temblor y poder salir rápidamente de sus casas. Algunas personas pusieron campanitas en los marcos de las puertas, las llaves en los cerrojos, dos vasos de vidrio pegados en el buro, entre mil otras; pero sucedía que si las campanitas se movían por cualquier motivo, el pánico se apoderaba de ellos interpretando el sonido como el anuncio de un nuevo temblor.
Las mujeres maltratadas son ejemplo de sujetos sensibles a la multiplicación de miedos, una vez que experimentan la sensación del miedo con la primera golpiza, después, son los pasos, la forma de hablar, el tono de la voz del marido y hasta el ruido del motor de su automóvil, suficientes estímulos para provocarse pavor. Desde que abre la puerta -explicaba una señora- me invade el terror.
El miedo tiene una acción multiplicadora, cada elemento presente en el momento del impacto emocional se percibe sin conciencia y después se asocia con el miedo, de tal suerte que adquiere su poder y después por si solo atemoriza. El miedo a la noche de muchos niños es un ejemplo, probablemente algo les ocurrió en la obscuridad que les asusto, después ya no solo la noche, sino todo lo que se le asocie en la imaginación les causa miedo, puede ser la obscuridad, el closet, etc.
Los motivos son interminables y externos, puede ser una araña o un terremoto lo que provoquen el miedo; las causas son internas de la persona, los significados sobre lo que le rodea. El miedo ejerce su dominio cuando el significado de amenaza se experimenta en una persona predispuesta psicológicamente, un perro, para algunas personas es la más tierna y gozosa compañía, mientras que para alguien que haya sido mordido anteriormente por uno, significara una terrible creatura que lo provoca un pánico desquiciante.
La mente es el lugar donde habitan los peores terrores; “existe en la imaginación, creado por quien lo sufre y, precisamente por esto, no puede huir de ello pues sería necesario huir de sí mismo para lograra zafarse de su amenaza”, escribió Mira y López.
Este autor señala que existen diferentes niveles de intensidad en el sentimiento del miedo: prudencia, cautela, alarma, angustia, pánico y terror.
En forma general, en las tres primeras formas, la personalidad tiene suficiente control, mientras que en los últimos tres, se exacerba la desorganización por la que la persona regresa a comportarse infantilmente, incluso fetalmente. Los cineastas lo escenifican a menudo en sus películas de terror, representando a la victima inmóvil, enroscada en un rincón en posición fetal.
Cuando en los pueblos se dice que alguien tiene mal de susto no están equivocados, un susto, que no es otra cosa que la sensación abrupta del miedo, produce cambios drásticos en el organismo que a veces lo desestabiliza.
Es indispensable decir, que la presa más fácil del miedo es la gente débil, física o psicológicamente hablando. Un individuo mal nutrido, con cualquier alteración orgánica es un enfermo que vive en un estado de inquietud y ansiedad, tan sensible al miedo como una persona sin amor propio, sin autoestima.
De modo que la mejor prevención seria, precisamente, la salud física y mental. La primera suena conocida, la segunda, se refiere a: la seguridad de la propia valía; al conocimiento de la realidad, sin prejuicios ni fantasías; a la fortaleza para contrarrestar la parálisis que produce el miedo; la disposición a la acción que lo combate.
La acción es el mejor remedio físico y psicológico para el miedo. La acción desinhibe los bloqueos, corrige la parálisis interna y externa que produce el miedo.
“La siguiente ocasión que volvió a decirme: “te vas a arrepentir de haber nacido”, le dije con toda mi energía: ¡hazlo de una vez! pero no me lo vuelvas a repetir, si hay algo que te moleste tanto arréglalo o déjame, ¡no voy a permitir que vuelvas a hacerme daño! y, como por arte de magia, nunca más escuche esa frase que tanto me hizo sufrir”.