APRENDER A DESAPRENDER
Somos el resultado de nuestra historia y nuestras circunstancias; la herencia no es sino el punto de partida en el que convergerán un sin fin de mensajes y experiencias que tendrán lugar a lo largo de nuestro paso por las etapas de la vida.
Nuestra personalidad es el resultado de aquello que hemos repetido para irnos adaptando a la realidad que nos ha tocado vivir. Sin embargo, muchas veces, después de aprender a ser de cierta forma, resulta que más tarde en la vida esa manera resulta inadecuada para el presente o el porvenir.
Para resolver muchos de los problemas solo tendríamos que evolucionar, no obstante, achacamos los problemas a los demás y sin darnos cuenta, aceptamos en ese instante nuestra impotencia, provocando que se eternicen las crisis.
Existe un dicho popular que difunde conceptos como “genio y figura hasta la sepultura” que encierra la idea de que el cambio en las personas es imposible. Así lo defienden quienes evaden su responsabilidad en lo que ocurre a su alrededor. Sin concienciar que las creencias nos influyen determinantemente. Si creemos que así somos no podremos cambiar y ni siquiera lo intentaremos. Nos esclavizaremos al devenir como un destino irremediable.
Pero no somos así, y ya, más bien así hemos sido por distintas circunstancias. La mejor prueba de ello es que nos comportamos diferente con distintas personas y situaciones, no somos los mismos que hace cinco o diez años atrás.
Un hombre que se comportaba muy violento justificaba sus impulsos diciendo “es que así somos todos en la familia, es cuestión hereditaria”. Mientras así lo creyó sencillamente así actuaba hasta que cayó en cuenta que fueron las circunstancias las que favorecieron que fuera aprendiendo a reaccionar violentamente. Pudo comprender que era su dificultad para poner un límite, lo que permitía que ciertos hechos rebasaran su punto de tolerancia.
En el pasado, su madre se la pasaba reclamando a su padre por su forma de tomar, sus llegadas tarde, hasta que lo hartaba y entonces él la callaba a gritos. No sabían hablar ni decirse lo que sentían. Los hijos sólo eran testigos impotentes y angustiados. El se prometió nunca ser como su padre, sin embargo, cuando casó y su esposa empezó a protestar empezó a revivir la violencia doméstica que había sufrido. La única manera que conocía para tratar de ‘defenderse’ era como lo hacía su padre, a gritos.
No se trata pues de una herencia genética lo que influye solamente en nuestra conducta, sino el aprendizaje de las formas para resolver los problemas, la repetición hace patrones de respuesta que se apropian.
Cuando el muchacho vio que era la suya una reacción que había automatizado pero que podía controlar (lo hacía en otros lugares lejos de su hogar), se observó además de violento, alegre, amable, preocupado, responsable y comprendió que podía ser diferente y con ello evitarse muchos problemas.
Su esposa le recordaba a su madre furiosa, lo que le abría viejas heridas. Antes, no entendía porqué le molestaba tanto su esposa. Cuando aprendieron a descifrar lo que cada uno sentía y a ponerlo en palabras, pudieron comunicarse y encontrar poco a poco formas de expresarle a la pareja lo que les perturbaba sin necesidad de violentarse.
Para desaprender es necesario reconocer que requerimos nuevas actitudes ante la vida porque las viejas han caducado.
Se ha encontrado que las personas más inteligentes y creativas son las que más fácilmente se adaptan a nuevas situaciones exitosamente. Finalmente la inteligencia es la capacidad de resolver problemas en cualquier esfera de la vida.
El problema es para los rígidos, para los que no tienen muchos recursos y se aferran a los que ya aprendieron. No pueden ver que al cambiar se enriquecen, aprenden y se transforman.
Los problemas se mantienen por como intentamos resolverlos e insistimos en hacerlo. Creemos que de esa forma tendría que resolverse forzosamente, y cuando mucho, hacemos más de lo mismo con pequeñas variaciones..
Una señora me contaba como no podía hacer que su esposo sintiera deseo sexual, ella lo seducía, lo recibía muy arreglada, le decía que lo quería, sin embargo, después de los primeros meses de casados, evitaba tener contactos físicos la mayoría de las veces que ella se lo pedía.
Ella decía que había intentado todo y que no encontraba la forma de hacer que regresara a su esposo ese deseo que lo caracterizaba al principio del matrimonio. No se daba cuenta esa mujer que sus intentos eran variaciones de la misma actitud persecutoria e insistente que lo presionaba y quitaba las ganas.
Cuando lo entendió, cambió de actitud y dejó de acosarlo, al grado de preocupar (y llamarle la atención) al marido. Pudo hacerlo al tiempo de corregir muchos conceptos que había mal aprendido, como creer que si no tenía relaciones con su esposo, él podía irse con otra mujer. Al poco tiempo el esposo empezó a sentirse atraído de nuevo por ella.
Para solucionar su problema, solo tuvo que dejar de hacer lo que estaba haciendo.