21 noviembre, 2013

EL PODER DEL MIEDO

Por Josefina Leroux

el-poder-del-miedoLa gente de Estados Unidos ha sido secuestrada. No necesitaron, los que se asumen como sus enemigos, llevarlos a prisiones como en otras guerras. En esta ocasión, el terror desatado por los atentados perpetrados y el miedo causado por amenazas públicas constantes han sido suficientes para expropiarles la libertad y la serenidad a los habitantes del norte de nuestro país.

La vida y el sueño americano, desde entonces, se ha convertido en pesadilla de una larga noche que apenas obscurece.

El aprendizaje de que pueden ocurrir catástrofes inevitables causarán un daño emocional
en los estadounidenses sin precedentes. Si en un entorno de seguridad, los índices de trastornos emocionales se revelaban en el asiduo consumo de psicofármacos, alcohol y drogas, después de estos episodios de terrorismo, posiblemente se conviertan por una temporada en usuarios consistentes de diversos tipos de terapias psicológicas.
Observaremos también un aumento en padecimientos y enfermedades físicas ya que hoy sabemos la relación tan estrecha de la mente con el cuerpo. Por lo pronto el miedo sostenido y la consecuente ansiedad erosionan el sistema inmunológico de los amenazados.

El mayor peligro de los episodios de la violencia es que, quien los ha sufrido, empieza a temer y a ver en los demás agresores potenciales.
Quienes hayan sufrido el miedo comprenderán bien la sensación que suscita en la mente.
Es como sentirse encerrados en un obscuro calabozo; se trata de un estado mental privado de libertad para imaginar otras opciones. La posibilidad de ser lastimado ante el miedo que produce un estímulo amenazante ocupa todas las neuronas para pensar en algo más que no sea salvaguardarse. Así paraliza y bloquea el miedo.
Se vive entonces a medias; virtualmente. No se sabe si lo que pasa es ficticio o hasta donde, realidad. No pueden creerse muchas circunstancias que de hecho están ocurriendo.
¡No puede ser! Se repiten las personas que las viven; especialmente a las que les sorprende la violencia. Otras, aquellas que la han sufrido tal vez en versión modificada a lo largo de su historia, están tan acostumbradas que sus cuerpos ya ni reaccionan.
En general, quienes temen se reducen.
El miedo que producen los diferentes tipos de violencia genera apatía, frustración, bloqueo de expresiones muy humanas.
Cualquier expresión se percibe peligrosa.
El poder que se le concede al enemigo, es directamente proporcional al miedo que puede sentirse. A más amenaza sentida mayor será la emoción de inseguridad y desamparo experimentadas.
Si es un perro, un ratón, o las alturas, con tan solo evitarlas se evita el miedo. Pero en el caso de la amenaza continua, como en esta guerra en la que no se sabe donde están los adversarios, la intuición de daño amedrenta constante e impide el sueño, pero también la atención a otros asuntos que no sea la legítima defensa.
La posibilidad de ser lastimado o muerto coloca en estado primitivo al ser humano. Si la vida se siente amenazada no hay tiempo ni espacio para pensar en algo más importante.

Charles Darwin consideraba el miedo como una de las emociones humanas fundamentales. Desde 1872, en su libro “Las expresiones de las emociones en hombres y animales”, describía el miedo como una capacidad inherente de estos seres.
En su teoría de la evolución describió como el miedo excitaba y activaba los organismos para que enfrentaran el peligro externo. Por eso las palpitaciones cardiacas, la dilatación de las pupilas, la resequedad de boca, el aumento de sudoración, el tono de tensión muscular; ésto y más, para huir o defenderse. Sin embargo desde Darwin, se distinguieron diversas reacciones ante el miedo, desde el estado de alerta a lo que describió como “agonía de terror”.
Por que a pesar de ser un mecanismo de defensa importantísimo, el miedo no es utilizado por los humanos y más bien representan para la mayoría un signo de debilidad y cobardía que lejos de ayudar, los debilita y convierte en presa fácil de otros más fuertes.
Tampoco sirve el miedo en el caso de una guerra a distancia donde el campo de batalla
se extiende a todo el territorio y la amenaza se espera en cualquier momento. La persistencia del miedo deriva en un estado de ansiedad insalvable.
Es como si el enemigo se internalizara para intimidar tiempo completo para quebrantar el espíritu hasta su rendición.
Por eso los estados de miedo y ansiedad enferman mental y emocionalmente. Causan en principio una sensación de impotencia, preocupación, anticipación de castigo y pérdida de autoestima que deterioran la actuación de la gente; como si la marginarse de la vida.

Desafortunadamente, cuando el miedo es una reacción ante un estímulo amenazante real, no hay muchas alternativas más que propiciar la fe y confianza en que la bondad y la compasión de los seres humanos, así como la sabiduría de los líderes y no la violencia, puedan finalmente ganar esta absurda guerra que daña a propios y a ajenos.