17 enero, 2020

Coartada Imperfecta

Por Josefina Leroux

2ª entrega

ENCHAMARRADO

Josefina Leroux

Cuando me dijo que se iba Sonora pero llevaba su chamarra por si acaso, me olió mal pero callé mi ironía. Con casi 50 grados en verano, él, por decencia usa camisa. Acaba empapado con la mitad de calor. No quise discutir ni hacer un problema y dejé que se fuera enchamarrado.

Quedó de hablarme en cuanto llegara. 

Me ocupé, la oficina estaba llena de cuentas por pagar, por cobrar; pilas de papeles por todas partes y un desorden acumulado por semanas me estaba esperando.

Uf! Me serví una taza de café calientito para despabilarme y trabajar  aprovechando la ausencia de Rafael. Cuando él está, se pone a hablar por teléfono con clientes y me quita concentración.  Tengo déficit de atención y los ruidos me alteran, también las voces y hasta la música. Odio las bandas que él pone de fondo musical. El único estímulo que tolero a la hora de trabajar es el aroma del incienso, copal de rosas. Soy testigo fehaciente del efecto relajante que produce.

El día se me pasó sin darme cuenta de las horas. Cuando me asomé a la ventana las luces de la calle estaban encendidas. Por lo menos avancé y dejé al día los pagos y los cobros. Hago buen equipo con Rafael, él es un vendedor inigualable, y yo muy buena administradora.

Rumbo a casa, me extrañó que no hubiera llamado.

Abriendo la puerta los niños preguntaron por él.  

-¿Y papá?

Hace mucho tiempo que no salía de viaje.

 -Fue a un viaje de trabajo, regresa el lunes, respondí pero sentí un dolorcito en el pecho, inicio de angustia y mortificación, viejas conocidas mías. 

Tomé el teléfono y le marqué pero la grabadora me informó que estaba apagado su móvil. Volví a llamar varias veces y seguía sin servicio. Pasaron las horas y la preocupación galopaba. De pronto se me vino a la cabeza el amigo de Rafael que había desaparecido y el esposo de mi amiga secuestrado. Encendí la TV para escuchar las noticias y la apagué de inmediato. No podía pasarle algo a él.

Hacía dos años que habríamos regresado después de diez meses separados. Nos queríamos y  decidimos de nuevo  disfrutar nuestra vida, juntos. Empecé a recordar momentos importantes y me estremecí. Dicen que cuando ronda la muerte, la evocación de memorias provoca un recuento de vida.

Estaba asustada, la taquicardia no me permitía relajarme, menos dormir por más que me repetía que al otro día tendría noticias.  Su silencio me provocó ruido.

Los malos pensamientos me asaltaron atiborrándome de miedos. Pensé en la chamarra, en los fines de semana que pasamos en lugares fríos que tanto nos gustan. Recordé Valle de Bravo, donde nos reencontramos, esa reconciliación que estuvo mejor que la luna de miel. La botella que nos bebimos para quitarnos el frio, la chimenea, el lago adornado de montañas.

Pero volví al presente. Y de pronto el nombre de una fulana que trabajó con él, me apareció como anuncio luminoso en mi mente. Noooo, estoy loca. Pero no pude quitarme de la cabeza su nombre. Busqué el teléfono del hotel de Valle de Bravo y marqué compulsivamente. Pedí que me comunicaran a su habitación y me asombró la respuesta.

-Su habitación es la 25, pero por favor llamé en cinco minutos porque acaban de llegar y van rumbo a su cuarto.

Conté cada segundo, pero no pude esperar los cinco. No podía marcar el número, estaba temblando. Pedí el cuarto 25, sonó cuatro veces el timbre.

Por fin alguien contestó el teléfono, era él, mi marido. No pude responderle, colgué de inmediato y me quedé helada con una sensación de agitación que nunca antes había experimentado. Sentí que  iba a darme un infarto.

Me tomé una pastilla para poder dormir. No quise darle vuelo a mi imaginación. Debía apaciguar el fantasma de mis celos que tanto daño nos había causado. Logré poner en pausa mi mente. Me relajó tanto la pastilla que babeé la almohada.

Al día siguiente volví a llamar  y esta vez me contestó una voz femenina, ¿era ella? Pero se escuchaban risas infantiles. Volví a colgar el teléfono. Sentía palpitaciones, las manos me temblaban. ¿Qué diablos está pasando?

Una vez más repetí la marcación, estaba grabado el número, pedí nuevamente el cuarto 25. Respondió la misma mujer. Le pregunté por mi marido. No contestó pero escuché que dijo –te hablan…

-Bueno, dijo naturalmente.  No imaginó que podría ser yo. Lo insulté a gritos, estaba como loca.

Cuando colgué noté que había un mensaje en la grabadora de la noche anterior. Era de Rafael, avisándome que había llegado a Hermosillo pero que no había podido comunicarse.